Condiciones de salud mental durante la pandemia por COVID-19
En Costa Rica, el primer caso confirmado de Covid-19 fue en marzo de 2020. De la mano, vino incertidumbre, problemas laborales, incrementación de uso de sustancias psicoactivas y una decadencia en el manejo de la salud mental de nuestra población. Aunado a esto un patrón abierto de virtualidad, para los cuales nuestros adolescentes no estaban acostumbrados.
La salud mental muchas veces es subdiagnosticada y no fue la gran diferencia en el pasado 2020, pero nada estaba más alejado de esta creencia. Cientos de miles de personas sufrieron en silencio la falta de atención en esta época tan
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) gran parte de la población no toman como una necesidad real el manejo de la salud mental. En 2020 la Universidad de Costa Rica, el Instituto de Investigaciones Psicológicas, evidenciaron que la pandemia incrementó los casos de personas que acudieron a servicios de salud con problemas relacionados con su salud mental y entre los grupo más afectado fueron mujeres jóvenes, y se estudió que 15% de este grupo, terminó con un problema ya más crónico.
Se incrementaron consultas en los servicios de emergencia de la CCSS en un aproximado del 10% y nos sumamos a los casi mil millones de personas que viven con algún trastorno de salud mental en el transcurso de la pandemia. Aumentó en prevalencia los episodios ansiosos y trastornos depresivos en más de un 25%.
Me parece muy valioso el análisis, especialmente al señalar cómo la virtualidad y el confinamiento impactaron directamente en la niñez y adolescencia, espacio de intervención en el cual me desempeño actualmente. A esto agregaría que la pandemia también evidenció una desigualdad en el acceso a recursos de apoyo psicosocial y educativos: mientras algunos hogares lograron adaptarse con acompañamiento familiar y tecnológico, otros quedaron en mayor rezago al no contar con conectividad, dispositivos o espacios adecuados para el aprendizaje, incluso la interseccionalidad permeó la vida de muchas mujeres acrecentando sus condiciones y por ende de sus hijos/as.
En este sentido, creo que el reto no solo está en atender las secuelas emocionales inmediatas, sino también en plantear políticas públicas que garanticen igualdad de acceso a la salud mental y a la educación, entendiendo ambos como derechos interdependientes, políticas que evidencien gestión y resultados. De no trabajarse en conjunto, la brecha social y emocional que dejó el COVID-19 en nuestra población menor de edad podría profundizarse en los próximos años, según estudios del observatorio de Instituto IAFA, Costa Rica.
Me parece muy valioso el análisis, especialmente al señalar cómo la virtualidad y el confinamiento impactaron directamente en la niñez y adolescencia, espacio de intervención en el cual me desempeño actualmente. A esto agregaría que la pandemia también evidenció una desigualdad en el acceso a recursos de apoyo psicosocial y educativos: mientras algunos hogares lograron adaptarse con acompañamiento familiar y tecnológico, otros quedaron en mayor rezago al no contar con conectividad, dispositivos o espacios adecuados para el aprendizaje, incluso la interseccionalidad permeó la vida de muchas mujeres acrecentando sus condiciones y por ende de sus hijos/as.
En este sentido, creo que el reto no solo está en atender las secuelas emocionales inmediatas, sino también en plantear políticas públicas que garanticen igualdad de acceso a la salud mental y a la educación, entendiendo ambos como derechos interdependientes, políticas que evidencien gestión y resultados. De no trabajarse en conjunto, la brecha social y emocional que dejó el COVID-19 en nuestra población menor de edad podría profundizarse en los próximos años, según estudios del observatorio de Instituto IAFA, Costa Rica.